La casa de don Cecilio Vega tras la pileta de la plazuela de Belén
Cuando
nos enfrascamos en la vorágine de la Navidad actual donde se ha perdido el
verdadero espíritu navideño para privilegiar el aspecto comercial de la fiesta,
con un festín desmedido de regalos y un terrible empacho de panetones y carne
de lechón o pavo, uno recuerda las antiguas navidades donde todo era distinto.
No había Papa Noel ni luces titilantes, era la fiesta del Niño Dios, y los
regalos, si los había, los entregaba Él. En algunos casos se reservaban para el
6 de enero, y eran los Reyes Magos quienes traían los juguetes.
¿Qué te ha traído el Niño? Era la pregunta frecuente en esas épocas
Una de las características del
Huarás antiguo eran los nacimientos movibles. Había familias que expresamente
armaban enormes nacimientos sobre tablas y mesas, con diferentes escenas y
personajes. Los escultores también preparaban estos nacimientos que eran la
delicia de los pequeños. En los días previos a la Navidad, a determinada hora,
generalmente en las tardes, se escenificaban las representaciones. A un real la entrada, las salas se
abarrotaban, familias íntegras asistían
al evento. Se apagaban las luces y de un lado a otro se empezaban a mover las
figuras. Primero cantaban unos pajaritos sobre unas ramas, al pie del árbol una
lavandera golpeaba con un mazo la ropa que sumergía en un riachuelo de agua
corriente. Cuando ella cesaba su labor, un leñador empezaba a cortar otro árbol
con su filuda hacha. Al costado, un pastor al frente de su rebaño cargaba un
pequeño carnerito.
El herrero era un personaje infaltable en los nacimientos móviles
Los pequeñuelos rompían en risas y aplausos. Cerca al misterio, un zapatero se afanaba en clavar un zapato viejo, más allá, un viejo carpintero serruchaba una madera. Todo era vida y movimiento. Las pequeñas imágenes estaban muy bien hechas y vestidas apropiadamente, por lo que el tinte realista era único. Luego venían las escenificaciones grupales y cada año había alguna novedad, ya era una pelea de gallos, la danza de los shacshas, o una corrida de toros. El público deliraba y aplaudía. ¿Pero cómo se movían las figuritas esas? Debajo de las mesas y tablones, estaban escondidos algunos muchachos que previo ensayo se encargaban de mover con cáñamos y pabilos a los pequeños monigotes. Encima, la champa se encargaba de cubrir toda la mesa y cubrir las apariencias.
Debajo de los nacimientos estaban los titiriteros
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