Cuando decimos “habría nacido”, nos referimos a que con certeza no se conoce la fecha exacta de su nacimiento. El gran historiador huaracino Manuel Reina Loli ha investigado en cuanto archivo existe y no ha podido hallar la partida de bautizo del líder de la revolución campesina de 1885. Se supone que haya nacido un 29 de junio porque lleva el nombre de Pedro Pablo, y es sabido que en el Huaraz de esos tiempos, se imponía a las personas el nombre del santo que correspondía a la fecha de nacimiento, y la fiesta de San Pedro y San Pablo se celebra el 29 de junio.
¿Y cómo se calcula el año de nacimiento? Por una publicación periodística de la época de la revolución, cuando bajo el título “¿Cómo es el líder?” se escribe: “estatura mediana, piel trigueña, escaso bigote, y de unos 45 años”.
Todo esto nos retrotrae a una cuestión bizantina sobre los nada claros orígenes de Atusparia, que han contribuido en hacer de él un personaje de leyenda. Partamos del hecho que luego de la revolución, era un tema vedado hablar de ella o de sus líderes. De modo que no hay registro bibliográfico de primera mano. El primero que se atrevió a escribir sobre el alzamiento de 1885 fue el gran periodista Ladislao Meza Landaveri, ya iniciado el siglo XX, es decir veinte años después de los acontecimientos; y el segundo que lo hizo fue Santiago Antúnez de Mayolo, años después. En ambos escritos no se menciona nada sobre el origen ni sobre la figura de Pedro Pablo Atusparia.
Versiones orales de quienes lo conocieron lo señalan como distinto al común de “indios” de ese entonces. Santiago Maguiña Chauca lanza en su versión oral de 1985, la tesis de que Atusparia pudo ser nieto de un comerciante europeo afincado en Huaraz (el austriaco Zenders, cuya hija se habría embarazado de un joven huaracino que trabajaba en su comercio), y que para acallar el escándalo, el niño fue regalado a la lechera para que ésta lo criara en el campo; esa lechera era casada con un tal Atusparia de Marián, quien no dudó en ponerle su apellido al niño.
Contrariando esta teoría, Reina Loli ha demostrado que Zenders llegó a Huaraz hacia 1860 y no podría ser abuelo de una persona que nació veinte años antes. Pero la idea de que el gran líder campesino tuvo ascendientes extranjeros se refuerza por dos hechos: quienes conocieron a las hijas de Atusparia, coinciden en que ellas eran “rubias y de buen porte que repartían leche a diversas familias de la ciudad”; los que vieron la desaparecida fotografía de Atusparia junto al general Andrés Avelino Cáceres, también manifiestan que en ella se aprecia a un Atusparia de piel clara, con fino bigote castaño.
A propósito de la fotografía de Atusparia, en la década de los 80, cuando era alcalde de Huaraz don Walter Gonzáles Ríos de la Izquierda Unida, uno de sus regidores, viajó a Lima a Palacio de Gobierno en busca de la famosa fotografía de Atusparia. El interés era justificado pues se conmemoraba en 1985 el Centenario de la Revolución Campesina. Volvió a Huaraz descorazonado pues en palacio le señalaron que las fotografías del archivo presidencial se habían perdido en el incendio que destruyó Palacio de Gobierno en 1821, en vísperas de las conmemoraciones por el I Centenario de la Independencia Nacional. Como dato anecdótico señalaré que el mencionado regidor era nada menos que don Oriol Anaya Oropeza, hoy caído en desgracia por méritos propios.
La única fotografía a que se tiene acceso es a la del hijo de Atusparia, Manuel Ceferino. Y no me estoy refiriendo a Ceferino, el simpático muñequito que me acompaña en el programa televisivo. Manuel Ceferino fue el único hijo varón que tuvo Atusparia y la historia cuenta que luego de la revolución, cuando cayó el gobierno de Miguel Iglesias y Cáceres llegó a Palacio, en 1886 invitó al líder campesino para conocerlo. Grande sería su sorpresa cuando Atusparia llevó a su menor hijo y se lo dejó “para que haga de él un peruano de bien”.
La fotografía a la que me refiero se la tomó Manuel Ceferino cuando tendría unos 50 años y en ella posa junto a Martín Miranda, personaje celebérrimo cuya vida y obra merece ser objeto de una concienzuda investigación. Manuel Ceferino aparece en esa fotografía como un hombre de buen porte, de frente amplia y ostentando un espeso bigote. De él se sabe que residió en el Callao donde falleció y dejó una descendencia compuesta exclusivamente por hijas; de modo que por ese lado, el apellido Atusparia se ha extinguido.
Volviendo a Pedro Pablo Atusparia, si no se sabe cómo nació tampoco se sabe a ciencia cierta cómo falleció. La tradición popular habla de la teoría del envenenamiento. Esta leyenda ha sido acrecentada por algunos escritos en los cuales se señala que la familia daba por sentado el hecho de que fue envenado por algunas autoridades campesinas como castigo por su probable “inconsecuencia” en el desenlace de la revolución. A esto vino a abundar la clásica novela “El amauta Atusparia” del escritor casmeño Ernesto Reyna.
Reyna ha sido muy enfático en incidir en la escena del envenenamiento de Atusparia como corolario de su espectacular novela. Claro, para cualquier escritor es lo ideal cerrar la obra con brocha de oro, con una escena grandilocuente; en este caso con la típica cena de agradecimiento al final de la cual envenedadores y envenenado tienen por hecho tácito que eso debería suceder.
En contra de esta teoría se alza el hecho de que el envenenamiento no es un modo común de castigo en el Ande. La lapidación es el modo cómo se ejecutaba a quienes la justicia popular condenaba. Allí está el caso relatado por Enrique López Albújar con el personaje de su cuento “Ushanan jampi” y el más reciente del alcalde de Ilave en 2004, ambos lapidados por su inconducta social.
Al margen de especulaciones y finales de literatura, la investigación del historiador huaracino Manuel Reina Loli revela que entre julio y agosto de 1887, en los caseríos de Huaraz se desató una epidemia de tifus o tifoidea, y que esa enfermedad mató a mucha gente. Según él, esa podría haber sido la causa de la muerte de Atusparia.
Recapitulando los hechos, vemos que a su regreso a Huaraz, Atusparia fue objeto de algunas publicaciones y comentarios insidiosos que objetaban su papel en los acontecimientos suscitados el año anterior. No olvidemos que su visita a Lima fue muy promocionada. Nosotros hemos podido ver un recorte periodístico de la época que titulaba: “El Apu Inca Atusparia paseó por el Jirón de la Unión”. Tratado de esa manera por la siempre efectista prensa capitalina, no es difícil adivinar que a su retorno a nuestra tierra, la envidia de los huaracinos hizo leña de nuestro héroe.
Resentido por los ataques de los envidiosos, Atusparia se refugió en Marián y se habría sumido en una fuerte depresión. Viendo en estos días los efectos de la depresión en el ex presidente Fujimori, nos es más fácil comprender que si realmente Atusparia estaba con las defensas bajas, los efectos de la tifoidea tuvieron que ser mortales en él.
De una u otra manera, cómo haya fallecido Pedro Pablo Atusparia, lo cierto y real es que su entierro fue uno de los más concurridos en nuestra ciudad. Atusparia falleció el 25 de agosto de 1887 y fue enterrado el día 27. En este caso no se respetaron los tres días de velorio, ¿sería tal vez por el hecho de que la tifoidea fue la causa de su muerte?
Documentos de la época revelan que prácticamente todo Huaraz se volcó al cementerio de Yucyucpampa, antiguo panteón de la ciudad ubicado al lado sur de la actual plazuela de Santa Rosa en el barrio de Huarupampa, acompañando a su última morada a quien en más de una ocasión salvó a la ciudad del saqueo y pillaje de las huestes campesinas que tomaron Huaraz a sangre y fuego el 3 de marzo de 1885, convirtiéndose gracias a su fuerte personalidad en el líder indiscutido de la revolución campesina de 1885, la única de nuestra historia republicana, comparable sólo a la que cien años atrás encabezara Túpac Amaru II en el sur del país.