Un día como hoy en Huaraz, jueves después de La Ceniza, en 1860, la ciudad amanecía alborotada. Las campanas de los templos sonaban a rebato. Reunida la población en la plaza principal, escuchaba con estupor al santo sacerdote Rafael del Castillo, a quien la feligresía conocía cariñosamente como "el Padre Palomita".
La Cuaresma es especial en Huaraz
En el atrio de la Iglesia Matriz, el padre Palomita rojo de indignación reclamaba a los pobladores su falta de fe, pues en la víspera, atosigados por los excesos del "martes guerra", pocos fueron a los templos a recibir la ceniza en la frente. "Este pueblo va a desaparecer consumido por el fuego pues sus pecados la hacen igual a Sodoma y Gomorra -decía-. Arrepiéntase de sus pecados, estamos en la Santa Cuaresma y nadie predispone su corazón para el arrepentimiento". Acto seguido se descubrió la espalda y empezó a flagelarse con un silicio. "¡Ten piedad y misericordia de este pueblo, Señor!" -decía, al tiempo que la sangre brotaba de sus heridas.
Al ver en tremendo trance al venerable presbítero, el pueblo cayó de rodillas y siguiendo el ejemplo de los habitantes de Nínive ante la predicación de Jonás, asumió su culpa.
Sangrando en el piso, el padre Palomita alcanzó a decir, antes de caer desmayado: "¡Vayan al templo de La Soledad, bajen del altar al Señor, y bésenle los pies, en señal de arrepentimiento!". En medio de llantos y sollozos, los huaracinos obedientemente cumplieron las santas indicaciones de don Rafael del Castillo. Por este gesto, en toda la segunda mitad del siglo XIX, Huaraz no sufrió ninguna calamidad. Los aluviones y terremotos recién volvieron en el pecador siglo XX.
La Sociedad Auxilios Mutuos del Señor de la Soledad pone orden en el "Mutsaki"
Fue así como nació la tradición del "Mutsaki". a partir de ese año, cada jueves después del Miércoles de Ceniza, la población en pleno acude al templo del Señor de la Soledad, a expresar su arrepentimiento por los excesos del carnaval. Y este es el único día del año en que el Señor de la Soledad, Él mismo baja de su altar para recibir en sus pies, el beso amoroso de sus hijos predilectos, los huaracinos que conservan con unción la porción de algodón que ha tocado su sagrada imagen.
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