Un día como hoy, último sábado de marzo, la Iglesia Católica celebra La Marcha por la Vida. Vale la ocasión para ofrecerles un testimonio de vida.
La vida es un don de Dios que nadie tiene derecho a quitar
En 1940, mi madre, doña Lucía Mejía de Salazar, dio a luz a su primogénito, Manuel Antonio, pero a la semana le sobrevino un sobreparto. Quedó paralítica por casi un mes, sólo movía la cabeza y el médico le prohibió tener más hijos, con riesgo de su vida.
Es por ello que de acuerdo con mi padre, don Antonio Salazar Rivero, decidieron cuidarse y no tener más hijos.
Y pasó el tiempo. Cuando doña Lucha tenía ya 40 años le llegó la menopausia, corría el año 1954 y viendo su ritmo irregular, se descuidó y por esas cosas de la vida quedó embarazada. Don Antonio, muy preocupado al enterarse del embarazo la llevó a Lima y allí el médico tratante le aconsejó el aborto, por sus antecedentes, lo peligroso de su estado y su edad madura. "Usted y el niño se mueren, y si el crío vive será mongoloide porque usted ya no está en edad de tener hijos", le dijo toscamente.
En un gesto que la enaltece, como buena católica de sólidos principios, mi madre se negó rotundamente a esa solución, regresó a Huaraz a continuar su embarazo. Confió en Dios y puso su vida en sus manos.
Como toda madre ilusionada, pensaba en el nombre que iba a dar a su futuro hijo. Al ya tener un varón, íntimamente deseaba que sea una mujercita. "Le pondré mi nombre -decía- se llamará Lucía Esther... ¿pero si es otro varón...? Lucio no suena muy bonito, será Luis, Luis Alberto por Alberto Limonta", éste era el personaje principal de la novela radial de moda: "El derecho de nacer".
Llegado el tiempo del parto, ninguna de las parteras en Huaraz se atrevía a atender a doña Lucha, "esa señora se va a morir, yo no me expongo" decían. Tuvieron que recurrir a una anciana comadrona, ya retirada del oficio, era la mamá del Prof. Sabastizágal, a quien conocí como Director del colegio Antonio Raimondi. Ella, se ofreció: "allau, doña Luchita, iremos pues".
El parto fue normal y a las 10.20 del 29 de enero de 1955 nacía un robusto varón. Don Antonio muy emocionado hizo pasar al hijo mayor, Manuel, a que conozca a su hermano. Manuel viendo el abultado vientre de doña Lucha dice: "aquí hay otro". "Esa es la placenta" le corrige el padre, pero no, había otra criatura en el seno de doña Lucha, era yo, a quien nadie esperaba.
¿Qué había pasado? Mi madre, con esos desarreglos de la menopausia, ovuló doble y se embarazó de mellizos. Como en ese tiempo no había ecografía nadie se imaginaba que venía en camino.
A las 11.20 vine a este mundo. Asfixiado, morado por la demora en nacer. Doña Antuca, que así creo se llamaba la noble comadrona, me tuvo que dar tres palmadas para que pueda agarrar resuello. Esa fue mi bienvenida a este mundo. Como no reaccionaba, la viejita se apresuró en echarme "el agua de socorro", es decir, a bautizarme al instante pues se me iba la vida.
Ella tomó la iniciativa pues todos estaban en shock. Viendo a San José en un cuadro que colgaba sobre la cama de mi madre, dijo: "¡San Josecito habrá querido que este niño nazca, que se llame José; y por segundo nombre que lleve el del papá!" Y ella me puso mi musical nombre: José Antonio.
Ahora, 40 minutos de intervalo entre mellizo y mellizo es mucho. Yo nací con muchas neuronas quemadas. Mi destino, como auguró el doctor de Lima era ser un retrasado mental. Gracias a que ambos sobrevivimos, pude, por imitación a mi hermano Lucho, llegar a ser casi normal.
Víctor Depaz, Carlos Cano, yo, Lucho Salazar y Pedro López: "Los Hermanos del Ande"
Y aquí estamos, los dos hermanos, gracias a ese gesto valiente de nuestra madre que se negó a abortarnos. Somos "Los Hermanos del Ande" y en algo estamos contribuyendo a este mundo. En este día, marcharé gustoso por la vida, por todo lo que me ha dado, y por mi madre. ¡Bendita sea mi madre, por haberme traído a este mundo, Dios la tenga en su santa gloria!
José Antonio, bonita tu historia, sin duda que estan contribuyendo y mucho en la historia cultural de nuestra tierra.
ResponderEliminarUn abrazo.
César Ramirez
El Mirador de Gauchu