Un día como hoy, 3 de marzo en el año 1885, los campesinos de las estancias de Huaraz tomaron a sangre y fuego la ciudad. Fueron dueños de ella y de todo el Callejón de Huaylas por 60 días, impusieron sus leyes y comenzaron a repartir la tierra.
Reprimir esta revuelta exigió la presencia de tropas venidas de Lima, que se ensañaron con los indígenas tras develarse la insurrección. El fracaso de Atusparia según J. C. Mariátegui fue por falta de un programa revolucionario y de armas que defiendan esas ideas.
El gran Amauta no tuvo mayores elementos de juicio para analizar lo acontecido en Ancash en 1885.
Hay quienes argumentan que el mayor baldón para
el movimiento fue el hecho de que se restableciera la tan repudiada
contribución personal, apenas se develó el movimiento.
No
ha faltado quien me pregunte ¿por qué profesor, sigue insistiendo en que fue
una revolución cuando una revolución supone cambios profundos; mejor no sería
llamarle levantamiento, insurrección, asonada, o motín?
No
crean que no he sopesado la situación. He vuelto a consultar todos los textos
escritos sobre el tema; el último incluso de Marcos Yauri, quien esboza la
peregrina tesis de que Atusparia y “Uchcu Pedro” no se conocieron. Y cuanto más
le doy vueltas al asunto, más me convenzo de que lo acontecido en 1885 fue una
revolución.
Una
revolución supone cambios profundos. Acá se prefiere llamar ‘revolución aprista
del 32’ a la asonada de los apristas, que en realidad no ocasionó ningún tipo
de cambio. Pero si analizamos bien lo sucedido en 1885, sí estamos frente a una
revolución. Pruebas al canto.
Una
verdadera revolución, produce cambios en las conciencias. Eso pasó en Ancash.
Luego de la revolución, los “mishtis” del Callejón de Huaylas, cambiaron su
actitud frente a los campesinos. Los trataban con temor, con cierto respeto. Ya
los abusos no podían ser tan flagrantes. Había la sospecha de que en cualquier
momento se podían volver a levantar. Soy testigo de que hasta antes del sismo
del 70, en Huaraz existía un sordo temor a los campesinos.
La obra de don Augusto Alba Herrera aportó muchas luces a esta polémica.
El campesino ancashino fue valorado
a partir de 1885. Y él también se sintió diferente. Sabía de su fuerza, conocía
del poder de su unidad y lucha. Es por ello que no permitió que los hacendados
lo humillen como antes de la revolución.
Muy por el contrario, en el resto
del Perú, los hacendados siguieron manteniendo una actitud prepotente sobre sus
‘tápacos’ y servidores. Había incluso quienes se hacían conducir en andas al
visitar sus chacras; cometían todo tipo de abusos sin que por ello se les
juzgue o condene. En la zona sur, el campesino se tenía que dirigir al
hacendado mirándole a las botas, ¡pobre del que osaba mirarle a los ojos! Si no
es por Velasco, en Ayacucho, Cusco y Puno, hasta el día de hoy se estaría
manteniendo esta situación. Cosa que no existía en Ancash, especialmente en el
Callejón de Huaylas. Y todo gracias a la revolución campesina de 1885 conducida por Pedro Pablo Atusparia.
muy interesante lo comentado, totalmente de acuerdo con que lo de Atusparia fue una Revolución y más aún para esos años y con los pocos recursos que contaban nuestros campesinos guiados muy sabiamente por el gran Atusparia.
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