Calle de La Soledad, camino a la "Casa Santa"
La antigua Semana Santa huaracina estaba precedida por el período litúrgico de la Cuaresma, los 40 días de preparación que corrían entre el Miércoles de Ceniza y la Víspera del Domingo de Ramos. La Cuaresma se vivía en el antiguo Huaraz con verdadera unción, los fieles abarrotaban los templos ávidos de escuchar los clásicos sermones de los cinco domingos cuaresmales: el primero sobre “la tentación”, el segundo sobre “la transfiguración”, el tercero sobre “el buen samaritano”, el cuarto “los cinco panes y los tres peces”, mientras que el último domingo el sermón era sobre “la resurrección de Lázaro”.
La Cuaresma era un período de verdadera penitencia. Se observaba rigurosamente el ayuno y la abstinencia. De modo que en los dos mercados que existían en la ciudad se vendía pescado salado pues nadie osaba contravenir la norma de la abstinencia (no comer carnes rojas). En Cuaresma se realizaban los retiros en la “Casa Santa” creada por Monseñor Fidel Olivas Escudero con esa finalidad. La primera semana el retiro era para los varones, la segunda para las mujeres y las dos últimas para la gente del campo. Los franciscanos realizaban las célebres “misiones” allí donde no había párrocos.
La Casa Santa
Antes de la existencia de la “Casa Santa” la costumbre era ir a la Iglesia Matriz (posteriormente llamada Catedral) donde las confesiones eran públicas en cuaresma. El sacerdote hacía una terrible descripción del infierno y luego preguntaba quién cometió tal o cual pecado. La gente se levantaba y públicamente reconocía su falta. Se les alcanzaba un silicio y con él se flagelaban en expiación por sus culpas.
Construcción de la segunda torre del templo de La Soledad
En la Cuaresma, los esposos no cohabitaban. Quienes vivían holgadamente dormían en cuartos separados. Pero quienes no tenían esa facilidad, colocaban “la tabla de planchar” en medio de la cama matrimonial para evitar la tentación de la carne.
Don Santiago Maguiña Chauca, en su excepcional trabajo sobre la historia de la Semana Santa huaracina, señala que “durante este tiempo, todo es arrepentimiento, rezos matutinos, confesiones, retiros, ayunos y comuniones”. El mismo autor recuerda que en la zona rural, los llamados “envarados”, los martes y viernes reunían a los campesinos en una auténtica cruzada religiosa preparando la Visita Pastoral, donde cada párroco recorría el campo recibiendo limosnas, primicias, diezmos y “cuaresmas”; confesaba imponiendo duros castigos corporales, para finalizar celebrando las Misas de comunión, matrimonio y de buena cosecha.
Tanto en la zona rural como en el medio urbano, por esos días, los devotos o “alféreces” realizaban el consabido reparto de dulces para comprometer entre amigos y familiares la participación de “angelitos” y sahumadoras. Así se veía circular jaleas de membrillo, arroz con leche y mazamorra morada, acompañados de bizcochuelos y molletitos; en el campo, a este obsequio se le conocía como el “dulsitsquí”.
En el campo se vivía la Cuaresma con unción
Otra costumbre de la Cuaresma era la colecta dominical para la compra de los ramos en la ciudad y el recorrido de las sandalias de “Taita Ramos” por los caseríos, con el mismo fin. Una comisión de autoridades campesinas viajaba a “la selva” a traer las “palmas” que luego tejían artísticamente y vendían en las puertas de los templos el Domingo de Ramos.
Los Viernes de Cuaresma se realizaba el “Vía Crucis” en las parroquias; y el último viernes, llamado “Viernes Dolores”, dedicado a la Virgen Dolorosa, se cubrían de paños morados los altares. En el campo se vivía con especial unción el “Inti viernes” y el “Viernes Dolores”.
La Cuaresma era un tiempo de total arrepentimiento, de preparación para la solemne Semana Santa huaracina.
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